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Si los antediluvianos son los dioses de los vástagos, los matusalenes son los semidioses. Llega un momento, entre los mil y los dos mil años de existencia de un vampiro, en el que tiene lugar un cambio importante. Unas veces es físico, y otras, mental o emocional. Sea cual sea la naturaleza del cambio, el resultado final es que el vampiro pierde todo parecido con su anterior forma humana. Tras este paso definitivo del mundo terrenal al sobrenatural suelen retirarse a la tierra, donde dormitan apartados de los sedientos colmillos de los vampiros más jóvenes. Sus poderes son tan grandes, sin embargo, que continúan dirigiendo sus inescrutables planes mentalmente, comunicándose mediante magia o de forma telepática (casi siempre de manera invisible) con sus subordinados.

Los vástagos temen enormemente a los matusalenes, ya que están dotados de ciertas características espeluznantes. Corren todo tipo de rumores, desde que sufren horribles desfiguramientos hasta que poseen una belleza sobrenatural sobre la que no se puede posar la vista, e incluso que la piel de algunos se ha convertido en piedra. Se cree que algunos sólo beben sangre de otros vampiros, mientras que otros controlan el destino de naciones enteras desde sus frías tumbas.

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